Un año más te ofrezco, junto al evangelio de cada día, estas breves reflexiones forjadas en la oración, por si pudieran ayudarte a hablar con Dios y a escuchar a Dios.
Hablar con Dios y escuchar a Dios. Seguramente, no tenemos nada más importante que hacer en la vida. Porque quien habla con Dios y escucha a Dios se acaba pareciendo a Dios. Con la conversación surge la amistad, con la amistad el conocimiento mutuo, y con el conocimiento mutuo la identificación. Llega entonces la gracia, recibida en los sacramentos, y te convierte en otro Cristo.
Y todo comenzó así: hablaste con Dios y escuchaste a Dios. Bastan unos minutos todos los días, vividos con fervor y perseverancia, y rodeados de silencio, para que descanses en esa comunión con el Señor sobre la que reposará tu vida. Luego hay que lanzarse al bullicio, al trabajo, a la carretera, al tren, al hogar y al restaurante. Pero cuando se ha comenzado el día escuchando a Dios, todas las tareas de la jornada, poco a poco, se van empapando de ese primer silencio, y te descubres contemplativo ante un ordenador o ante una jarra de cerveza. Ya todo lo haces con Dios.
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José-Fernando Rey Ballesteros, pbro.